Disfruto mucho los domingos en Cusco. Me encanta participar en el izamiento de bandera y desfile dominical. Desde muy pequeño, en Chiclayo y Lambayeque, era fiel asistente a las ceremonias patrias dominicales. Me resulta difícil de explicar la razón de mi atracción por la marcialidad, las bandas de guerra y de música y, por sobre todo, la enorme pasión que me genera cantar el himno nacional (muchas veces como un bicho raro entre una multitud silenciosa).
Cuando empecé el colegio era obligatorio llevar la mano derecha a la altura del corazón. Si mal no recuerdo, el presidente Belaunde (a quien respeto mucho) tomo la pésima decisión de eliminar esa obligación. Al cantar nuestro himno, nunca dejé de hacerlo. Ahora entiendo vuelve a ser obligatorio y eso me encanta.
Desde que llegué a vivir a Cusco, he faltado a muy pocos izamientos. Ahora intento llevar a mis hijos. Los "compro" con helados y me acompañan. Siento que es tan importante como la misa dominical.
Por muchos años viví en Lima. Una sola vez se me ocurrió asistir al izamiento en la Plaza de la Bandera, me deprimí casi una semana. Unos cuantos policías y soldados con cara de sueño y aburrimiento; unos cuantos burócratas con cara de querer matar a alguien y un sólo asistente con voluntad, yo. Nunca más regrese.
Ahora los caviares intentan cambiar los desfiles por "pasacalles"; si a los de izquierda les encanta mover el culo, que lo hagan, no me importa; pero que no cambien la tradición de los desfiles. La marcialidad, el orden, la coordinación es parte esencial de la formación de los ciudadanos. Hay mil espacios para mover el culo y sólo uno para practicar los valores cívicos. Lástima que lo "socialmente correcto" se imponga sobre los valores y la tradición.
Ojalá nuestro presidente, en honor de su formación castrense, vuelva a dar valor a los tradicionales desfiles competitivos de fiestas patrias. Nunca olvidaré la final en el Campo de Marte que ganó un colegio tumbesino.
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