Desde que era un niño, JDC me llamó la atención. Un hombre de alcurnia, de buena familia, de apellido compuesto, mucho dinero en el bolsillo y elegantes ternos; a pesar de ello, de la izquierda contestataria.
Nunca coincidí con su discurso político. Siempre he creído que es necesario proponer y hacer; no sólo criticar. JDC se ha pasado 30 o más años criticado y criticando, nunca ha hecho una propuesta razonable; por lo menos nunca le he escuchado o leído algo constructivo. Nunca lo he visto reconocer algún mérito en cualquiera de los gobiernos que recuerdo.
Para él todo en este país es una porquería. Nada de lo actuado, hecho, pensado, diseñado, ideado, sugerido tiene algún valor.
La propuesta de ley por la que lo sancionaron, lo pinta de cuerpo entero. Su familia iba a ganar casi S/. 800,000 con ella. Por mil veces menos, JDC hubiese pedido el cadalso para cualquiera que no piense como él. Pero, ahora, se victimiza. Es una víctima de una conspiración presidencial contra el Unasur, Fidel y Chavez. Realmente un sinvergüenza completo.
Felizmente se ha desnudado frente a la opinión pública como lo que es: un burgués, que juega en la Bolsa de Valores de Lima, que además es empresario en el sector real; pero que prefiere el dinero fácil de los ingenuos que creen que es un hombre honesto y votan por él.
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